LA SAGRADA HUMANIDAD DE CRISTO CURA TODO, SI LAS ALMAS NOS DEJAMOS HACER POR ÉL, QUE ES EL QUE ES POR SÍ MISMO EL ÚNICO DIOS VIVO Y VERDADERO, EN LA INFINITA UNIDAD DE SU ETERNO PADRE Y DEL MUTUO Y ETERNO AMOR DE AMBOS, QUE ES EL ESPÍRITU SANTO
El «YO» humano, el espíritu personal humano, (que es como la cabeza del alma y forma un solo ser con el alma), por ser espíritu, no es ni él ni ella, sino que es el alma de cada persona la que define si es él o ella. Y el alma de cada persona informa el cuerpo correspondiente a esa persona (Ver 1 Tesalonicenses, 5, 23).
Si, por efecto del pecado original, resultara que, en algún alma, su cuerpo correspondiente no es propiamente el que corresponde al alma, por ser masculino y el alma es maternal y no paternal; o si es femenino, siendo su alma configurada como paternal y no maternal, no por ello Dios se complace en ese accidente, sino que lo permite, como permite los demás efectos del pecado original, por causa de la miseria humana que ÉL viene a curar, a restablecer por medio de SU PROPIA Y DIVINA ENCARNACIÓN ADORABILÍSIMA.
El Señor, con SU SAGRADA HUMANIDAD, CURA todas las desviaciones o desórdenes, producidos por el pecado original; y, así, a cada espíritu humano, que está naturalmente unido a su propia alma, -sea ésta paternal o maternal-, le concede, por la UNIÓN SOBRENATURAL con SU SAGRADA HUMANIDAD, la REPARACIÓN de esos defectos, la ordenación de esos desórdenes, la rectificación de esas desviaciones, si la persona humana acepta debidamente esta SOBRENATURAL UNIÓN con EL MISMO Y ÚNICO CRISTO NUESTRO SEÑOR, DIOS Y HOMBRE VERDADERO, UN SOLO Y ÚNICO DIOS EN LA INFINITA UNIDAD DE SU PADRE Y DEL ESPÍRITU SANTO.
Puede ser que no todos los espíritus personales humanos que reciban estos concretos y aludidos efectos del pecado original sean desde el seno materno por la causa aducida más arriba. Sólo Dios lo sabe.
Pero nuestros desórdenes, sean causados por una u otra circunstancia, no son creados por Dios, sino producidos por la miseria del pecado original.
Todos, menos la Sacratísima Familia de Nazaret, traemos, por el pecado original, miserias: unos, de una manera; otros, de otra.
Pero esas miserias, del tipo que sean, no nos autorizan a pecar, sino que, unidos al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero, vamos siendo sanados, santificados y transformados por Él, si nos dejamos actuar por Su Divino y Eterno Amor.