Mi Amado Pedro, Tú fuiste crucificado en Roma, corporalmente.
Los que te crucificaron en la Cruz Material eran paganos, no Me conocían a Mí, no sabían que Yo Soy Dios, El Único Dios Vivo y Verdadero, en la Infinita Unidad de Mi Padre y de Nuestro Espíritu Santo.
Tú Me rogabas por ellos y por todos, como Fiel Imitador Mío y Piedra Viva y Fundamental, por encima de todos Tus Sucesores, para todas las generaciones, sobre la Cual Yo edificaba, edifico y edificaré Mi Iglesia.
Pero, a lo largo de los tiempos, Tú Mismo, Amadísimo Vicario Universal o Católico Mío, Cabeza Visible de todos los Papas de todos los tiempos y de toda Mi Iglesia Inmutable de todas las edades de la Historia, Tú Mismo -Te repito-, Te ves también Crucificado por manos de tus propios y espirituales hijos, cada vez que no Te invocan para seguir, en todo, Mis Caminos, en el pastoreo de Mi Iglesia.
Por eso has sufrido INMENSAMENTE, más que por las torturas materiales, por las DESOBEDIENCIAS que se cometen contra Ti, y, por tanto, contra Mí, a lo largo de los siglos.
¿No se Te invoca, no se vive siempre la UNIÓN Sobrenatural Contigo? ¿Son entonces buenos ejemplos a seguir? No, verdaderamente no se han de imitar.
Mis Diálogos Contigo son INTERMINABLES, pues abarcan todo el Ser y el Quehacer de Mi Iglesia, Cuya Cabeza Soy Yo y Tú la Representas y Transmites.
Si tus Sucesores, los Papas, te invocan siempre y piensan al unísono Contigo y actúan en plena conformidad Contigo, Me agradan.
Mas, si no, Me desagradan, y Mi Pueblo, Mi Iglesia, lo percibe, y las almas corren un especial riesgo de perdición eterna.