«Mis almas: ¡Cuánto deseo que cientos y cientos de corazones humanos ardan en el Fuego Purísimo de Mi Divino Amor, en las Santísimas Llamas de Mi Divino Corazón!
Para ello debéis arrepentiros verdaderamente de todos vuestros pecados, faltas, imperfecciones, defectos, y de todas vuestras espirituales miserias; y amar y practicar santamente y lo más frecuentemente que podáis Mi Sacramento de la Penitencia o Reconciliación.
Sí, almas Mías, confesaos sincera y humildemente todas las veces que podáis. Así os encenderé en el Divino y Vivificante Fuego de Mi Inefable e Infinito Amor.
Llenos de Mi Inefable Amor, permaneced en espíritu continuo de Adoración o de absoluto reconocimiento de que todo depende de Mí y todos dependéis de Mí, sin límite alguno, pues Yo Soy El Que Soy El Único Dios, en la Infinita Unidad de Mi Padre y de Nuestro Mutuo, Infinito y Eterno Amor, Que Es Nuestro Espíritu Santo.
Adorad así Mi Cuerpo, Mi Sangre, Mi Alma, Mi Divinidad, Que Es La Misma Divinidad y Única Verdadera de Mi Padre y de Nuestro Espíritu Santo.
Adorad así Mi Persona, Que Es Únicamente Divina, la Segunda Persona de Nuestra Propia, Única e Infinitamente Santa Trinidad. Mi Persona Es Igual a Mi Padre y a Nuestro Espíritu Santo.
Formad de este modo multitud de Centurias Penitenciales y Adoradoras de Mi Divina Eucaristía, es decir, de Mi Sacrificado y Sacramentado Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, más y más y por los siglos de los siglos. Amén».