1. «Mis Amadísimos Apóstoles, Obispos, Enviados Míos y de Mi Padre y de Nuestro Espíritu Santo:
2. Mi Santa Misa la celebro Yo, en la Infinita Unidad de Mi Padre y de Nuestro Espíritu Santo, aunque Nos queramos valer de Vosotros y de Nuestros Sacerdotes.
3. En Nuestra Iglesia, en el Rito Romano, Nos hemos querido valer del idioma latino, aunque de nada necesitamos Mi Padre y Yo y Nuestro Espíritu Santo.
4. Últimamente, con tal de que seáis extremadamente cuidadosos con Nos, y nunca lo seréis bastante, hemos permitido dar entrada a los idiomas vernáculos a Nuestra Inmensa y Santísima Liturgia Celestial en la Tierra.
5. Estos idiomas que aún no están muertos del todo Conmigo ni del Todo Resucitados Conmigo, sino que aún los están usando multitudes de espíritus malignos para ofenderNos a través de multitudes de espíritus humanos en la Tierra, necesitan ser muy purificados, a través, también, de una manera muy especial, por la santidad vuestra, en la manera sobrenatural de pronunciarlos en vuestras vidas, que han de ser unas prolongaciones vivas y verdaderas de Nuestra Inmensa y Celestial Liturgia de Nuestra Gloria también en Nuestros Divinamente Consagrados Altares, que jamás podrán ser profanados sin sufrir por ello mismo justos castigos.
6. Se necesita, pues, que os purifiquéis en vuestros vernáculos idiomas, de tal manera que, en la forma de usarlos, se note, se manifieste, claramente se advierta que jamás los usáis como los usa el mundo, el demonio y la carne; sino que estos idiomas, en vuestros labios y en los de Nuestros Sacerdotes, Diáconos, Consagrados y Fieles, se conviertan en un purísimo homenaje de Adoración, Amor, Gratitud, Reparación y Súplica a Nuestra Divina Majestad.
7. Por eso, fomentad para Nuestro Divino Culto, y no para el mundo ni para el demonio ni para la carne, las Formas, los Modos y los Coros de Nuestra Manera de Pronunciar, por Medio de Nuestra Sacratísima Humanidad, los ya purificados fonemas de los distintos idiomas vernáculos, habidos y por haber, en la Tierra».